En mayo de 1969, el hartazgo social al autoritarismo de la dictadura de Juan Carlos Onganía se manifestó en una pueblada histórica que se denominó "el Cordobazo" y que tuvo un impulso fundamental: la unidad de los trabajadores y los estudiantes.
El régimen militar -que se instaló tras el golpe al presidente Arturo Illia- estuvo caracterizado por el cercenamiento de las libertades democráticas y proscripciones políticas. A esos factores, se sumó como detonante del estallido la represión en las universidades. El 15 de mayo de ese año, los estudiantes correntinos habían sido reprimidos luego de una protesta por la privatización del comedor que terminó con la muerte de Juan José Cabral, de 22 años. Al día siguiente, se organizaron movilizaciones de repudio en Rosario, en las que fueron asesinados otros dos jóvenes: Luis Norberto Blanco y Adolfo Bello, de 15 y 22 años.
En el plano económico, la aplicación del plan del ministro Adalbert Krieger Vasena con medidas liberales como la suspensión de los convenios colectivos de trabajo y el congelamiento de salarios actuó también como catalizador, especialmente en Córdoba, que en esos años concentraba la industria automotriz y metalmecánica. Una resolución en particular fue la que sirvió de disparadora: la derogación del "sábado inglés", una ley que establecía el pago doble para cada hora trabajada después de las 13.
Desde 1967, la Confederación General del Trabajo (CGT) se encontraba dividida en dos: la Azopardo, con tendencia dialoguista, y la de los Argentinos, abiertamente opuesta al gobierno militar. En Córdoba, los dos sectores acordaron de inmediato convocar a un paro, pero a diferencia de lo que se había dispuesto a nivel nacional definieron que fuera "activo". Por eso, el jueves 29 a las 11 horas los obreros salieron de las fábricas y se movilizaron al centro para hacer un acto frente a la sede de la CGT local.
El gobernador de facto local, Carlos Caballero, vació la ciudad y trató de impedir la llegada de la movilización. Mientras se reunían, la policia asesinó al obrero metalúrgico Máximo Mena cuando su columna fue interceptada con balas de plomo. La bronca se extendió entre los manifestantes y los vecinos que desde los techos de los edificios arrojaban piedras a la policía, especialmente en el Barrio Clínicas habitado por universitarios. Trabajadores y estudiantes empezaron a controlar del centro de la capital provincial con barricadas y piquetes, que se inmortalizaron en cientos de postales fotográficas. Con la ayuda del Ejército, el gobernador Caballero retomó al día siguiente el control de la ciudad. Si bien no hay cifras oficiales, se calcula que hubo más de 30 muertos por la represión además de cientos de detenidos entre los que se encontraban Tosco, Torres, López y otros dirigentes.
"Aunque el 30 de mayo el ejército recuperó el control de la ciudad y los principales dirigentes fueron encarcelados, el movimiento anunció el fracaso del proyecto de la dictadura para redefinir las reglas. Junto con otras puebladas, otros "azos" argentinos, marcó el rumbo de la resistencia popular y fue el punto de partida de una radicalización política y social de grandes proporciones". En lo inmediato, significó la renuncia del gobernador Caballero y el principio del fin para Onganía. Tras 17 meses, todos los dirigentes detenidos recuperaron su libertad y retomaron la actividad gremial en Córdoba.
El Cordobazo "muy pronto se convirtió en un mito". "Para quienes lo vivieron fue una referencia. Para quienes nacimos después, uno de esos momentos con aura, cuando la realidad se pone en cuestión, cuando la acción humana parece poderlo todo. Si bien no estuvo exento de tragedia y tal vez a causa del vértigo de los hechos en los años siguientes, el Cordobazo quedó en cierta medida separado de la posterior lucha armada, de la espiral de violencia y del terrorismo de Estado. Quedó situado antes del miedo, antes de la masacre, y su estela resulta más sonriente en la memoria".
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